El feministómetro: ¿qué tan feminista soy?
Dejemos la intolerancia
Como mujeres mexicanas y latinoamericanas estamos viviendo un resurgimiento de la genuina intención por sacar todo lo que ha quedado debajo de los colchones o escondido en los secretos familiares de nuestras casas. Hemos encendido el fuego feminista, le hemos devuelto la vida a lo que muchas veces vivíamos como “normal” o ajeno a “nuestra realidad” y ahora nos dedicamos a no dejar que se apague el cuestionamiento y la búsqueda de una reestructuración de nuestra sociedad.
Sin embargo, siglos de estar acostumbradas a vivir bajo un régimen patriarcal no se borran de la noche a la mañana. Aún hay acciones disfrazadas de cuidado que rozan y, en ocasiones rebasan la muy delgada línea de convertir una postura política en un culto intolerante e intransigente.
Llegué a esta conclusión tras tener algunas sesiones de terapia acompañando a diferentes maravillosas mujeres que se cuestionaron con dureza: ¿qué tan feministas eran?
Recuerdo perfecto el caso particular de una chica de 16 años que recién iniciaba su vida universitaria cuando conoció a un grupo de mujeres que solía reunirse en las islas de Ciudad Universitaria para compartir recetas veganas y “crear un espacio seguro para las mujeres feministas”. Aunque quisiera no tener que agregar el entrecomillado la verdad es que toda la situación me impulsa a lo contrario.
Mi consultante se unió a esta colectiva feminista vegana y, como si fuera parte de una fraternidad, la hicieron pasar por una especie de novatada en la que cuestionaron cada aspecto de su vida, cada decisión que había tomado hasta ese momento y las relaciones que mantenía. Para esta colectiva, “una verdadera feminista” no debería tener novio porque el feminismo es de mujeres y una verdadera feminista debería ser 100% vegana aunque ahí no le ofrecieron explicación de por qué era crucial ser vegana para ser feminista. Podría seguir con una larga lista de requisitos que según este grupo, mi consultante debía llenar para que fuera aceptada y la presión fue tan fuerte sobre ella que ese día en sesión el objetivo con el que llegó era el de romper con su novio de la forma más respetuosa posible para poder pertenecer.
Todo el caso me irritó, me hizo recordar otro tipo de discusiones que pasan en eventos deportivos, culturales y religiosos. Muchas veces escuche a compañeros llamar traidores y falsos a los seguidores de equipos de futbol simplemente porque no iban a todos los partidos o porque no eran parte de las barras. Era como si el lema de “ponte la camiseta” se hubiera generalizado y entonces ahora tendríamos que justificar ¿por qué nos posicionamos como feministas, ¿por qué marchamos si “no tenemos motivos?, ¿por qué ocupamos espacios que no nos corresponden?
No solo por ser mujeres sabemos lo que es ser feminista
Ha habido personas que han tomado los feminismos y los han acoplado a sus fines: para ganar simpatía electoral, para vender más camisetas de la colección exclusiva #MeToo o para hacer más atractivos los servicios que se ofrecen, pero como les había compartido en la columna anterior no se trata de que solo por ser mujeres ya sabemos lo que es ser y no ser feminista, ser o no ser empática, sorora.
Es el colmo que lo que otras mujeres, nuestras ancestras fueron construyendo a través de los años con muchos objetivos, pero principalmente con la convicción de darle voz, darle nombre, darle espacio y desarrollo a los mil mundos que cada mujer somos muchas veces bajo la sombra de lo que “es ser hombre”, en ocasiones se vea reducido a sacar ese feministómetro kilométrico para evaluar si nacimos con el poder de ser o de tener los papeles necesarios para ser feministas.
No es saludable, no es amoroso, no es respetuoso ni comprensivo con nosotras mismas también buscar en los feminismos la perfección que ya en mil lados se nos exige. La realidad es que también nos lleva a una fatiga emocional aspirar a lo “perfecto”, y el camino a construir nuestro propio camino sobre cualquier cosa implica aventarnos a cuestionar todo, incluso lo que ya lleva un nombre más ameno. Estar bajo la idea de que debes dejar de ser tú para pertenecer puede que sea una alerta importante a considerar antes de someterte a juicio por falta de esa “muchosidad” que te vuelve feminista.
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