Literatura y terapia de choque
El electroshock, una forma de tortura silenciosa
Me pone enferma ser electrocutada.
-Sylvia Plath
Te cuento que estoy escribiendo un nuevo libro que me emociona mucho. La cosa es que para entrar al buen debraye que emprenderé, inicié mi investigación creativa con La campana de cristal de Sylvia Plath, uno de esos libros a los que siempre vuelvo.
En esta novela Sylvia narra, a través de Esther ―su personaje principal―, algunos de los capítulos que vivió en su juventud. Para mis intereses específicos, recorrí varias veces el pasaje en el que Sylvia cuenta su experiencia con los electroshocks que recibió en uno de sus internamientos.
Entonces pensé en lo espantoso que siempre me ha parecido este método de “curación”. De acuerdo con el artículo La psicología ante la terapia electroconvulsiva (l): Aspectos históricos y conceptuales, este tratamiento es una consecuencia brutal de la forma en la que la psiquiatría biologicista ha deshumanizado a las personas con alguna “enfermedad mental” (como les gusta llamarlo a ellos).
En el texto se lee: “Los problemas psicológicos existen y pueden ser graves, lo que no existen son las enfermedades mentales, salvo en la retórica. Al hablar de enfermedades mentales aún sin evidencia de ellas, se introduce una definición a la medida de ciertos procedimientos, quedando estos legitimados de forma automática. [...] Esto promueve un insight médico (síntomas, enfermedad, medicación) que prácticamente obliga a aceptar explicaciones biológicas, y que resulta estigmatizante”.
Es decir, mirar a los trastornos mentales como una “enfermedad”, no solo hace que las personas que los vivimos nos veamos como seres desarticulados siempre detrás de una curación; sino que, además, es una forma de invisibilizar todos los demás aspectos contextuales y biográficos que llevan a una persona a desarrollar algún trastorno.
Por ejemplo, la actual epidemia depresiva y ansiosa es también una respuesta al mundo desesperanzador en el que vivimos; es una consecuencia del cansancio extremo, la precariedad, la violencia y tantas otras cosas que nos arrastran sistémicamente a los pozos más oscuros de nuestras mentes.
La escritora estadounidense Kate Millet, quien fue encerrada en diversos centros psiquiátricos a lo largo de su vida, igual que Plath, expresa la constante deshumanización a la que se arrastra a quienes padecen algún desbalance psicológico. Esto, entre otras cosas, permite que la terapia electroconvulsiva (TEC), aún contra la voluntad de las personas, sea una alternativa luminosa para muchos médicos.
En Ethical Human Psychology and Psychiatry, John Read y Chelsea Arnold señalan que “no hay evidencia de que el tratamiento de electrochoque sea más efectivo que el placebo para la reducción de la depresión o la prevención del suicidio [...] Dado el alto riesgo bien documentado de disfunción persistente de la memoria, el análisis de costo-beneficio del TEC sigue siendo tan pobre que su uso no puede justificarse científica ni éticamente”.
Por otro lado, y de acuerdo con un artículo de la BBC: “El tratamiento sin modificaciones (es decir, sin el uso de anestésicos ni relajantes) es utilizado aún en Japón, Rusia, China, India, Tailandia, Turquía y muchos otros países de ingresos medios y bajos, según investigaciones citadas por la Asociación Psiquiátrica Mundial. Las estadísticas sobre este tema no son recientes o son escasas, pero, a modo de ejemplo, un estudio de 2003 señala que el 57% de los electrochoques en Japón fueron administrados con la forma antigua de la terapia”. Esto unido a la obligatoriedad que se le impone a muchas personas para recibir el tratamiento sin ninguna clase de información previa acerca del proceso.
Un hecho preocupante que pasa desapercibido por la mayoría. Frente a esto, Bruce E. Levine se pregunta: “Por qué este abuso eléctrico que daña el cerebro de mujeres predominantemente de mediana edad no es abordado por la mayoría de las feministas de alto perfil”.
Leer textos como Viaje al manicomio, La campana de cristal o Todas las esquizofrenias, es una forma de acercarse a una realidad que viven cientos de mujeres a lo largo de todo el mundo. La falta de estadísticas e información vuelve al TEC una amenaza para muchas y muchos.
El feminismo estará incompleto mientras nos falten todas las mujeres internadas y expuestas a terapias de choque contra su voluntad. El feminismo, la literatura y la vida serán con las mujeres neurodiversas y locas o no serán.
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