Los aullidos de Allen Ginsberg y Byung-Chul Han
El hastío siempre vuelve
El aullido es un poema de largo aliento que Allen Ginsberg publicó en 1956. Un texto que es un grito que es un puñetazo que es un manifiesto donde el autor descarga su agotamiento, así como el hastío de una generación de jóvenes que crecieron en la pobreza, entre los despojos de la "brillante" modernidad que llegó al mundo para iluminar las vidas humanas, pero que en el camino dejó devastación.
Se trata de un texto que hablaba abiertamente sobre homosexualidad, locura y drogadicción en una época donde solo mencionar estos temas era un pecado. Por esa rebeldía, este poema y Ginsberg inspiraron a muchas generaciones de artistas, músicos, escritores y activistas que encontraron en las palabras de Allen un refugio para su tristeza, su cansancio y su desasosiego frente a un mundo que no pintaba para nada como la ficción almidonada de los medios y del gobierno.
Ahora que estoy releyendo El aullido, vuelvo a sus fragmentos, los digo en voz alta, me tiro al suelo, pongo a The Doors y pienso en Byung-Chul Han. Inevitablemente regreso a su libro: La sociedad del cansancio. Es imposible no hilar estos textos; ambos son un grito que rompe la patética fantasía del “todo está bien”, que denuncia la violencia sistemática que se ejerce con tal de conseguir un auto nuevo, otro puesto de trabajo, más ceros en el cheque, una casa enorme, diez amantes, más litros de alcohol y la promesa de una felicidad eterna, completa y deslumbrante, que no llega. No importa qué ni cómo, el armario se llena de ropa y el vacío crece.
Para Byung-Chul Han las enfermedades de la actualidad son neuronales, vienen de adentro y no de virus externos: depresión, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional, son algunos de los males que aquejan a los narcisos contemporáneos; seres desbordados de sí mismos, hartos, sumidos en una autoexigencia que les mantiene en un movimiento suicida.
Según Han, el motivo de estas enfermedades es, entre otras cosas, el exceso de positividad. Y es que la libertad actual se convierte en una autoexplotación constante que ninguna persona es capaz de soportar sin romperse. La otredad desaparece. Solo existe el fragmento, la individualidad; el deseo de ser autónomas y el miedo constante frente al otro. El ser humano se sobrecalienta de sí mismo. Se trata de vivir para consumir.
People are strange, when you're a stranger, faces look ugly, when you're alone, canta Jim Morrison. Y me pregunto si en la era del multitasking es posible detenerse, realmente detenerse a escuchar cómo la voz de Jim atraviesa cada palabra de la canción. Para Han, el multitasking es un retroceso; nuevamente el vértigo, la incapacidad para contemplar. Todo es un actuar desenfrenado, ruidoso. Comer frente a la computadora. Pensar durante el sexo en los pendientes de la semana. Poner los audios en “x2” para escucharlos mientras redactamos un nuevo correo. “Siéntete orgullosa de no detenerte”, nos dice el sistema. No importa si para ello pasamos por encima de nosotras mismas, de nuestras vidas.
Tanto Ginsberg como Han hacen un retrato crudo de una sociedad que se fagocita a sí misma, que en medio del discurso flamante de la libertad y la “evolución” se sume en lugares oscuros donde las personas están cada vez más tristes y solas. La riqueza se acumula en pocos lugares, el resto es despojo, pobreza, exterminio. Y esto sucede a la vista del mundo, transmitido en tiempo real.
Seguro has leído varias veces el inicio del maravilloso Aullido de Allen: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles”.
Y en su honor diré que he visto a las mejores mentes de mi generación deprimidas, solitarias, cansadas, tan cansadas. Sumidas en clonazepam, paroxetina, metanfetaminas o un gramo de coca en cualquier baño de cualquier lugar con olor a orines. He visto a las mejores mentes de mi generación ahogadas en la insuficiencia. Arrolladas por el silencio, los trastornos mentales, la falta de serotonina y las notificaciones interminables de Instagram. He visto a las mejores mentes de mi generación hartas, adoloridas, sin fuerzas para nada más que scrollear sus celulares con la esperanza de fundirse con sus pantallas y, simplemente, desaparecer.
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