Luisa Almaguer: poesía, experimentación sonora y orgullo trans
Hacer música también es hacer política
Renuncio a lo que dices que soy.
No estoy condenada a ser la misma todos los días.
Mi cuerpo ya me acompaña
-Luisa Almaguer.
La primera vez que escuché a Luisa fue por coincidencia. Compré entradas para ver a Valgur, otra banda que me encanta y entre los proyectos musicales invitados estaba el de Luisa Almaguer. Recuerdo que subió al escenario ella sola, a capela, mientras repetía una y otra vez: ¿Matar o no matarme? Su voz grave entraba por la punta de mis pies y me electrificaba, me carbonizaba toda.
Me sentí como hipnotizada. Ni siquiera aplaudía, solo estaba quieta, escuchando, mirando, con una especie de hormigueo en la piel. Supe que había descubierto algo poderoso, algo que se volvería parte de mi lenguaje íntimo. Y no me equivoqué.
De Luisa me fascina su sinceridad y, sobre todo, su atrevimiento para experimentar con los sonidos y la poesía en cada una de sus rolas, pero también su furiosa necesidad de ser política, de señalar la violencia de una país que persigue, fiscaliza y asesina a las mujeres trans (en el plano material y simbólico).
**Luisa habla de los trastornos mentales, de la transfobia, de la tristeza, pero también del goce, de la infinita capacidad de amar y entregarlo todo por el ser deseado. Se entrega a la carne, a la furia, al placer, a la tristeza… Su música es un rito para mirar hasta el fondo nuestra humanidad, así: errónea, contundente y conflictiva.
Entrar en las canciones de Luisa como meter los pies al mar después de andar descalza por la arena hirviente.
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Su último disco, Weyes, es una ventana para mirar de cerca lo complejo que es vincularse con hombres sexoafectivamente. No desde una mirada maniquea, donde son buenos-buenos o monstruos despreciables. Sino desde un lugar más real, que implica mirar de cerca a hombres que dañan, pero también a esos otros que a lo largo de nuestro camino saben sostenernos y comunicarse con nosotras desde la ternura. Es un disco que igual se sumerge en todos esos hombres a los que nosotras hemos rotó.
A través de sus rolas, explora la ambivalencia de relacionarse con varones. La lujuria, pero también el miedo; el enojo, pero también la gratitud; la violencia, pero también el sostén. Luisa desmenuza lo complicado de estos vínculos para quienes todavía continuamos buscando el abrazo, el cuerpo de un hombre.
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La música de Luisa es afilarse las uñas y defenderse del mundo a rasguños. Cuando pienso en su propuesta evoco una frase de Rosa Montero: "Ese día me ofreció una revelación: estaba sola, este cuerpo era mi responsabilidad. Ninguna distracción, ningún amor, ningún argumento, por irrefutable que fuese, podían quitarme la responsabilidad de mi cuerpo. Entonces me olvidé del miedo".
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