Mi viaje a Cuba: entre la utopía y la pesadilla
Algunas notas sobre mis pasos
Hace un par de días volví de la Habana, Cuba. Fue un viaje sumamente confrontador y, como siempre, necesito vivirlo ahora en palabras para darle forma a todo lo que sucedió en siete días.
Te cuento que viajé con una de mis mejores amigas. Ambas decidimos visitar, especialmente, los lugares no turísticos de la Habana. Para ello, nos quedamos en uno de los barrios bajos de la ciudad, en la casa rentada de una familia cubana. Desde ahí, nuestra perspectiva del lugar fue otra; la de las personas en la banqueta cantando canciones de Juan Gabriel o Don Omar; la de las puertas abiertas y los niños corriendo sin camisa por las calles; la de las cuadras repletas de basura, con un olor intenso a putrefacción que se impregnaba en nuestra ropa.
Cuba es una de las mejores experiencias que he tenido, pero también un territorio donde mi corazón se hizo pedazos de muchas formas.
El barrio
Los barrios están repletos de música y la gente baila en la calle. Sus voces se elevan con Jenny Rivera de fondo. Me sorprendió lo viva que está la música mexicana en las casas cubanas. El reggaetón también es el lenguaje común: enciende las caderas, los cuerpos que se contonean sin vergüenza en los callejones.
Hay una musicalidad inminente. Un llenar la vida con tambores, con bocinas que explotan y gritan en nombre de Eros. En su libro Antes que anochezca, el cubano Reinaldo Arenas explica que su tierra es un lugar donde lo erótico y la fuerza de lo corporal son las únicas potencias capaces de vencer a la muerte, al hambre.
Lo colectivo
Sabemos que en ciertos pueblos mexicanos es bastante normal que las casas no tengan puertas, que la comunidad comparta lo personal de otras maneras. Sin embargo, ver esto en una ciudad me resultó sorprendente.
En la vecindad donde nos quedamos las personas se reunían para ver la televisión. Y las calles que recorrimos por la Habana, que fueron bastantes, estaban pobladas por una ruptura de lo íntimo; un asomarse constantemente al interior de las casas, a las personas tiradas en sus sillones, a los olores de sus comidas y las banquetas llenas de personas que, a falta de aire acondicionado, se aglomeran en las puertas de sus casas y ahí, en ese compartir la calle, escriben colectivamente sus vidas.
¿Tiene íntimas?
La crisis en el país es evidente en cada rincón; en los edificios destruidos que, a pesar de los escombros, están habitados; en las farmacias vacías; en las tiendas sin agua o papel higiénico.
Durante este viaje nos vimos en la necesidad de comprar toallas sanitarias. Algo que pareciera sencillo, pero que se convirtió en un infierno. La forma más fácil de obtener “íntimas” ―como les dicen popularmente en Cuba― es a través del mercado negro.
De acuerdo con el portal digital Infobae: “Asegurarse suficientes almohadillas femeninas (toallas sanitarias o compresas) para el período menstrual se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para cada vez más cubanas en los últimos meses. Con la persistente crisis que azota al país, más de tres millones de cubanas tienen que inventar cada mes ante la escasez de este producto de primera necesidad, que ha desaparecido de las farmacias estatales y se encuentra solamente a elevados precios en tiendas en divisa y negocios de revendedores”.
Por otro lado, de acuerdo con el testimonio de una mujer para el Diario de Cuba: "Desde febrero de 2023 no distribuyen íntimas y he recurrido a toallas rotas, blusas viejas y medias escolares en desuso para contener el sangramiento de dos adolescentes, que han tenido que utilizar trapos insalubres desde que tuvieron su primer período".
Para nosotras este producto fue posible. Sin embargo, frente a la escasez, la mayoría de las mujeres cubanas no pueden costear este producto y recurren a su imaginación para atravesar su periodo menstrual de la mejor forma que les es posible.
Ser rumiantes
Ante el desempleo y la pobreza, las estafas están a la orden del día. Especialmente si eres una persona turista. A nosotras nos tocó dos veces. Una, de la forma más ingenua posible. La segunda, en un panorama mucho más peligroso y de pesadilla. Si bien hay un sentido de comunidad evidente, también hay un deseo inmenso por abandonar la isla y soñar con algo más, algo distinto, lo que sea. Y los métodos para lograrlo no parecen importar demasiado.
Cuando los niños de este país aseguran que de grandes quieren ser extranjeros, eso dice mucho sobre las nulas posibilidades que encuentran entre sus manos.
Finalmente, quiero hablar de esa otra forma que tienen de moverse, de caminar despacio, de mirar la vida sin el vértigo que tanto llevo dentro de mí. Hay otra forma de existir, una mucho más parsimoniosa y sutil. A pesar del contexto, se observa una manera breve de andar, de sentarse y dejar que la vida simplemente suceda.
De la intensidad de Cuba aprendí a confiar en mis pies, en mi cuerpo, en mi intuición, en mi lentitud. Entendí que tal vez es cierto que no hay salida posible de este laberinto, de toda esta destrucción a la que hemos conducido al mundo. Comprendí las palabras despojo, comunidad, vacío. Me metí al mar y con mi cuerpo adolorido me sentí tan breve, tan estúpida, tan ignorante, tan dispuesta a mirar el derrumbe y seguir creyendo que hay alguna otra manera de vivir; me aferro a ello, aunque todo me dice otra cosa. Si no me agarro de esa ficción, no queda nada que sostenga mis pies.
A Cuba ya no la suelto. La llevo en mí. Aquí, muy cerquita de todo eso a lo que es necesario encarnar.
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