Por: Karla Corona/Punk Relacional
Desde que era pequeña me conflictuaba pensar que las amistades pasaban a un segundo o tercer plano cuando te inmiscuías más en el mundo emocional, sobre todo cuando comenzabas a tener pareja. Me asustaba pensar que solo existía una forma de habitar nuestras relaciones amistosas y que estas tuvieran solo que ser espectadoras de tu vida romántica o profesional, sin poder formar parte de ella; como si no tuvieran que cultivarse y alimentarse día con día.
Me entristecía que no tuvieran un lugar más importante en la vida diaria porque me hacía sentir que las personas estábamos de alguna forma destinadas a terminar completamente solas, a una vida no compartida en la que solo se buscara cumplir con una lógica familiar porque, según nuestra moral, las amistades solo forman parte de nuestras vidas cuando no tenemos pareja.
Una idea en la cual toda muestra de cariño física es inaceptable porque “entre las amistades no hay besos, no hay abrazos, ni contacto físico porque eso ya es otra cosa”; una idea en la que las amistades solo son personas que queremos, pero no amamos, con las que convivimos, pero no cohabitamos y con las que nos compartimos pero no nos enamoramos. Como si el único amor que necesitáramos fuera de pareja.
Actualmente me doy cuenta que las personas se hacen cada vez más solitarias, viven desprendidas de su colectividad cercana en tiempos antaños y se convierten en personas individualistas que no son capaces de mirar más allá de su propio dolor. Me sigue conflictuando pensar que todas las personas podríamos terminar creyendo que ese es el único fin de nuestra vida.
Solemos estar desprendidas de nuestra realidad por estar inmiscuidas únicamente en lo que nos trastoca de forma personal sin pensar siquiera en lo exterior a nosotras mismas. Sin embargo, puedo percibir que todas aquellas personas que ya no suelen disfrutar de la autenticidad es porque están completamente distanciadas de la comunidad; no tienen a quien acudir cuando la soledad les habitaba el corazón o cuando la enfermedad les acechaba, peor aún, no tienen con quien compartir las alegrías más grandes o sus metas más auténticas.
Se trata de un distanciamiento que por momentos parece normal porque nuestras vidas se acoplan a quienes nos han dicho que deberíamos ser, respondiendo a una norma social que dictamina y determina cómo nos relacionamos; es un distanciamiento que la inmediatez de la vida nos pone enfrente y que nosotras aceptamos sin reprochar; es algo que no solo nos aleja de la comunidad, sino de nosotras mismas.
La amistad supone una dimensión profundamente política y comunitaria que nos ayuda a percibir y entender el mundo de otra forma completamente diferente y a entender que sin la amistad la vida se empobrece porque esta es la forma más alta de amor humano. La amistad dota a nuestra existencia, somos en tanto nos COM-PARTIMOS con la otredad y el amor solo puede ser conocido en el compartir la existencia con nuestras amigas y amigos.
Sostener amistades en un mundo que aspira a separarnos ejerciendo prácticas individualistas es un acto político, necesario y revolucionario porque apunta a desmantelar la idea de que el único amor valioso es el de pareja o el de la familia. La amistad es la primera forma de construir comunidad sabiéndonos en cercanía. Nos ofrece un espectro enorme para aprender a querer y la posibilidad de compartirnos y crecer en compañía, manteniendo conexiones íntimas, profundas y sumamente armoniosas y valiosas.
No somos en tanto estamos con ellas, somos desde nuestra autonomía despojadas del falso yo, para crear espacios seguros, libres de violencia, pero jamás libres de dolor. Somos desde nuestra autenticidad y nos compartimos por el hecho de crear lazos fuertes que nos acompañen y motiven, pues en el compartir nace un sentido colectivo de entendimiento que vela y aspira a la creación de espacios seguros, llenos de goce y disfrute del querer.
Esos espacios anhelan un amor recíproco que sea alimentado con las mismas fuerzas de amor y júbilo que hemos depositado en el amor de pareja. Un amor que no se piense en actos de magia y nostalgia, sino constante y dispuesto a florecer con el debido cuidado; un amor que pase por dificultades y resoluciones de conflicto, por comunicación, entendimiento y respeto que fortifique el sentido de la virtud en el ser humano y nos ayude a llegar a un espacio de entendimiento compartido.
Las relaciones amistosas no se nutren por arte de magia, sino por el esfuerzo, la dedicación y el cuidado constante. Aprender a amar a las amistades y reivindicarlas nos proporciona la capacidad de empezar a construir otras formas de relacionarnos y acompañarnos en esta vida. Sin buscar la amistad por miedo a estar solas, sino en busca de crear lazos para generar cariño, compasión y libertad.
Sobre la autora
Karla Corona es abogada, latinoamericanista, terapeuta relacional, escritora y productora del podcast Punk Relacional. Creadora y activista digital sobre diversidad relacional y el afecto subversivo.