¿Podemos dejar ir la urgencia?
El arte de vivir en calma
Hace poco me encontré con un extracto del libro El lenguaje del adiós de la autora Melody Beattie que dice: “Una cosa a la vez. Eso es todo lo que tenemos que hacer. No dos cosas a la vez, sino una cosa hecha en paz. Una tarea a la vez. Un sentimiento a la vez. Un día a la vez. Un problema a la vez. Un paso a la vez. Un placer a la vez. Relájate. Deja ir la urgencia. Empieza calmadamente ahora. Toma una sola cosa a la vez. ¿Ves cómo todo se arregla? Hoy haré en paz una sola cosa a la vez. Cuando tenga dudas haré primero lo primero”.
Estas palabras me hicieron detenerme. ¿Cuándo fue la última vez que vivimos sin prisa? ¿Cuándo dejamos de hacer una sola cosa a la vez? Nos llenamos de listas, pendientes, alarmas en el teléfono, y nos acostumbramos tanto a esta urgencia que olvidamos el simple acto de respirar con calma y estar presentes. La idea de Melody de soltar la urgencia y hacer solo una cosa a la vez suena como un susurro, un recordatorio de que está bien pausar.
Al leerla, me pregunto: ¿por qué es tan difícil vivir con calma? Creo que hemos aprendido a medir el valor de nuestros días por lo “productivas” que fuimos, como si cada hora tuviera que estar llena de logros. Y sin darnos cuenta, nos perdemos el placer de lo sencillo. ¿Qué pasa si comenzamos a practicar lo que Beattie sugiere, si dedicamos nuestro tiempo a una sola cosa y permitimos que el resto espere su turno?
La vida, tal vez, se vuelve mucho más ligera cuando aprendemos a saborear cada momento. Hacer una cosa a la vez nos permite sumergirnos realmente en lo que hacemos, darle nuestro tiempo, sin pensar en lo que sigue o en lo que falta.
He intentado hacer el ejercicio: detenerme y dedicarme, con calma, a una sola cosa. Y en esos momentos me siento conectada con la vida de una forma más profunda. Las pequeñas tareas, como cocinar o leer, se vuelven más satisfactorias. Y cuando surgen problemas, la vida parece más fácil de llevar si me concentro en resolver sólo uno, sin intentar cargarlo todo, porque la urgencia es una ilusión que nos aleja del bienestar.
¿Qué ganamos realmente al vivir tan apuradas? Quizá la verdadera “productividad” está en dejar de correr, en elegir la calma sobre el caos. El texto nos motiva a bajar la velocidad, a dar ese primer paso sin pensar en el décimo. Y me ayuda a recordar que vivir con calma no significa hacer menos, sino vivir con más intención, con más presencia.
Tal vez lo que todas necesitamos es permitirnos vivir un día a la vez, sin agobiarnos por lo que sigue, confiando en que las cosas se resolverán con su tiempo. La calma es un acto de amor propio. Nos devuelve la paz y nos reconecta con la vida.
Hoy, me despido con una invitación: soltemos la urgencia. Acojamos la calma. Porque ahí, en esa calma, es donde se esconden las mejores partes de nosotras y de nuestra vida.
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