Yo no tengo amigas, tengo amores
Lo que Pedro Lemebel me hizo pensar sobre el amor
Hoy, como muchas otras veces, pienso en Pedro Lemebel, uno de mis escritores favoritos. Y recuerdo especialmente algo que dijo durante una entrevista: “Yo no tengo amigos, tengo amores”.
Me parece que puede interpretarse de muchas formas. Primero, porque Pedro era homosexual y tal vez hablaba de la forma vertiginosa en la que se enamoraba de los hombres importantes en su vida, aunque estos permanecieran bajo el título de “amigos”.
Sea como sea, me apropio de esta frase porque mis amigas y amigos son los grandes amores de mi vida; son las personas que me escuchan, me sostienen, me animan y me quieren aún cuando todo lo demás parece desparramarse a mi alrededor.
Hace unos minutos, durante mi sesión semanal con mi terapeuta, caí en la cuenta de que llevo aproximadamente cinco meses en un episodio depresivo. Uno bastante largo, pero nada realmente fuera de lo común. Al analizar los sucesos, los altibajos y mis repentinas ausencias, me di cuenta de que dentro de la impermanencia de estos días, hay algo que se mantiene: mis amigas. Sus mensajes, sus canciones, sus memes, sus risas; la forma en la que acarician mi cabello, la manera suavecita de tomar mi mano y acompañarme a museos o simplemente a comer pizza.
Creo, sinceramente, que mis amigas no deben salvarme de nada y, sin embargo, lo hacen todo el tiempo. Y no como una responsabilidad desastrosa en la que absorben mi dolor; sino de una forma simple, casi sin querer (como diría Ximena Sariñana). Quiero decir que mis amigas me salvan sin darse cuenta, cuando me mandan el video de un perrito con un moño enorme, cuando comparten un cachito de algo que escribí, cuando me hacen saber que ahí están con un corazón en mi historia de Instagram.
El suyo es un amor liviano y desinteresado que se manifiesta de muchas formas. Por eso es tan importante desjerarquizar los vínculos, no poner al amor romántico en el centro y ver esas otras múltiples formas del amor que se manifiestan en nuestras vidas.
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Hace una semana, justamente en mi viaje a Cuba, mi amiga Cris y yo nos encontramos con dos mexicanas: Karla y María, quienes tienen una relación de amistad legendaria. Karla nos contó que su novio se pone muy celoso de María; resulta que cuando Karla está triste, llama a su amiga y cuando recibe una gran noticia, también. Y esto es algo que el novio no puede entender. Karla nos contó que tiene un plan de vida para envejecer con su amiga y no con su pareja. “Mientras él viene y va, ella siempre se queda. Por supuesto que la voy a elegir a ella”, nos contó.
Y me pareció hermoso. Una forma agradable de reconocer a esas personas que con mucha sencillez nos eligen todos los días, que nos hacen saber que no hay nada malo en nosotras. No necesitamos hacer grandes malabares, ni mostrarles fotos atrevidas, ni hacernos las interesantes para que nuestras amigas decidan quedarse. Habría que dejar de vernos como hombres y empezar a mirarnos como nuestras amistades nos ven. Muchas cosas cambiarían dentro de nosotras
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Pienso en mis amigas. Pienso en lo mucho que las quiero, en que no necesito entregarles mi tristeza y dejar que se hagan cargo de ella. Simplemente me hace falta escucharlas, saberlas, hablar de cualquier cosa y dejarme acompañar mientras yo las acompaño también a través de sus vidas, de sus goces y fracasos, de todo eso que nos acontece y nos acerca.
Solo me queda parafrasear a Pedro y afirmar que sí: yo no tengo amigas, tengo amores.
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