8M: el día que salimos a gritar lo que otras ya no pueden
Porque la indiferencia nunca ha logrado nada
Es más fácil “no meterse”, hasta que te pasa a ti o a alguien que amas. El 8 de marzo es un día cargado de significado, pero también de energía, de lucha y por supuesto de esperanza. Esperanza de que algún día podremos salir a las calles sin miedo, de que seremos escuchadas, validadas y de que no tendremos que gritar justicia por aquellas que ya no están, que desaparecieron o que asesinaron.
Con paso firme y el corazón lleno de determinación, me uní por cuarto año a la marcha feminista del 8 de marzo en la Ciudad de México, acompañada de varias amigas que iban a sumarse por primera vez al trayecto. Casi todas coincidieron en que llevaban años queriendo marchar, pero por miedo no lo habían hecho. De alguna manera tomé la responsabilidad de hacerlas sentir acompañadas, tranquilas y cuidadas, para que ellas también pudieran transmitirles lo mismo a sus familias y a otras mujeres, que nunca se han sumado por las mismas razones.
Especialmente este año yo fui emocionalmente frágil y sabía que estar ahí, detonaría muchísimas emociones que había estado conteniendo. Porque siempre es así, me cuesta caminar junto a madres que siguen buscando a sus hijas, no hay forma de no empatizar con otras mujeres que han perdido a sus hermanas, a sus amigas o que han sido violentadas de alguna manera.
Respirar esa mezcla de dolor, frustración y rabia con amor, sororidad, valentía y esperanza, es algo inexplicable. Hacia donde voltees hay morado, verde y miles de colores que sólo pueden representar lo que somos: una perfecta complejidad que no se puede comparar con nada que existe, porque nos vemos tan diferentes pero a la vez somos tan iguales. Porque nos preocupan y nos arden las mismas cosas…
Al preguntarles a mis amigas y a varias otras mujeres que fueron a marchar por primera vez cómo se sintieron, confirmé que esta lucha compartida es un símbolo de unidad.
“No puedo describir lo que sentí, ojalá me hubiera animado antes”. “Me siento feliz, no pude dejar de llorar y de preguntarme por qué dejé que el miedo me impidiera marchar durante los años anteriores”. “Me abrazo y me agradezco por haber venido y por creer con toda mi alma que sí se puede vivir en un mundo mejor para nosotras”. “Vernos unidas por la misma causa hace que se me llene el corazón”. “Me sentí totalmente cómoda e incluida, el miedo y los nervios que tenía, desaparecieron al minuto de estar ahí”. “Tuve los ojos llorosos cada segundo”. “Te sientes protegida al estar rodeada de mujeres valientes, las admiro mucho a todas”. “Quiero seguir siendo parte de esto, todos los años que sean necesarios”.
Nuestra presencia en las calles, en cualquier parte del mundo, es un paso crucial hacia un mundo más seguro y equitativo para quienes todavía habitamos en él, pero también para las que vienen detrás de nosotras. Sigamos tomándonos de las manos, levantando nuestros carteles y gritando eufóricas por todas las que ya no pueden hacerlo y que sin duda, también lo harían si ya no estuviéramos.
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