Por: Arantza García
Parece una paradoja cruel partir un pavo navideño mientras del otro lado del mundo las niñas y los niños literalmente son partidos a la mitad por los pedazos de escombros que caen producto de las bombas.
La crueldad, la miseria indignante contrasta con la aparente calidez de estas fechas. Pienso, mientras hago las compras navideñas. El sistema nos pone en posiciones bastante crueles de las que a veces cuesta trabajo salir, pero ¿quisiera huir de la falsa felicidad que produce la época decembrina?
Miro al cielo, veo a mi sobrina reír a carcajadas, pienso en la cara que va a poner papá cuando vea lo que le compré y me río, con la devastadora desesperanza rozándome las mejillas, no quisiera perder las oportunidades que tengo de compartir y celebrar a la gente que amo.
La navidad y el año nuevo son difíciles para muchas personas independientemente del contexto sociopolítico, a veces son un recordatorio de lo que no tenemos, de dónde no encajamos. Pero paradójicamente también es un recordatorio de que seguimos resistiendo.
Como una premonición extraña justo en el momento en el que escribo esto, me entra una llamada; es Violeta Sánchez, una mujer indígena que pasó siete años en la cárcel por un crimen que no cometió y al no hablar español firmó su sentencia. Violeta cambió el mundo desde la cárcel: aprendió a leer, escribir y hablar español entre las celdas, estudió sobre los derechos indígenas, se hizo perito y traductora. Y con ella sacó a 83 indígenas más encarcelados injustamente.
“Hermanas, lamento decirles que ha llegado el momento de mi partida. Me voy y no les digo adiós, sino que vuelvo por ustedes”. Es la nota que pegó en el penal de Santa Marta; cumplió su promesa. 17 años han pasado, la llamada era para decirme que está próxima a la titulación de su maestría: voy a seguir insistiendo. A Violeta que ni los barrotes la detuvieron.
"Tienen a mi hija pelirroja, la han encerrado en una celda. Tratando de silenciarla y contenerla pero no la conocen muy bien", escribe Clare Rogers, madre de Zoe Rogers, una joven de Inglaterra de apenas 21 años, quien está en la cárcel por “terrorista” al participar en acciones en contra de una fábrica de armas Israelí.
En sus primeros siete días en prisión la aislaron e interrogaron, sin ni siquiera dejarla hacer una llamada telefónica, en una celda en la que nunca apagaban la luz y la despertaban a cada hora. A pesar de todo, Zoe se atreve a escribir que nunca se olvida de decir que lo que la movió fue el amor y no el odio. Fue ver las canciones palestinas para la libertad y sus libros llenos de esperanza…
Quise hacer una lista de logros y cosas positivas de este año buscando motivos para celebrar. Pero prefiero compartir estas dos historias, brevísimas y poderosas, de personas que creen que la vida aún tiene posibilidades, y eso para mí es la esperanza.
Yo veo el amor en tus ojos y en ellos futuros posibles
Es cierto que el peso de la injusticia nos dobla, que el dolor del mundo se hace cada vez más grande, ya no sé cómo pelear y hay días donde ya no quisiera estar aquí, presenciando tanta violencia. Pero tal vez ahí radica la esperanza: en no dejar que nos arrebaten la posibilidad de imaginarnos libres y juntas, juntes y juntos.
Podemos celebrar no porque el mundo nos de motivos, sino porque en el recuerdo de quienes faltan y en el cuidado de quienes están, seguimos resistiendo.
Seguramente las cosas se van a poner peor, pero si no hay nada que perder, tenemos todo que ganar.
Sobre la autora
Arantza García es periodista multimedia de derechos humanos. Estudió periodismo por curiosa y nunca dejó de preguntar. Cree en las mujeres, en el amor y en la educación como motor de cambio. Feminista, siempre, aunque lo cuestione.
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