"Nefando", de Mónica Ojeda, y otras formas de caminar en la oscuridad
¿Hacia dónde se va en medio de toda esta penumbra?
Recién terminé de leer Nefando, de Mónica Ojeda. Hace mucho que no me encontraba con un texto así. Hace mucho que no me sumergía en algo tan hermoso y perturbador como este libro.
Nefando es la historia de lo roto, de todo aquello que no debería nombrarse. Es el relato de la putrefacción humana. Es la proyección de la crueldad, de lo monstruoso, de lo vil, de todas esas cosas que nos carcomen desde adentro, que en toda su suciedad son capaces de mostrar lo más sombrío de nosotras mismas. Un volcán nos escupió toda esta rabia.
Recuerdo, por ejemplo, que una vez mi amigo Adair me contó que fumó DMT y entró a un lugar en sí mismo donde todo apestaba: “También soy esta mierda”, se dijo. Algo así me sucedió cuando consumí hongos por segunda vez. Llegué a una especie de cueva interna rodeada de basura, con muchas moscas por todas partes, con un hedor penetrante. Supe que ahí, entre toda esa porquería, también estaba yo.
Nefando es una ventana a lo mohoso. En resumen, es la historia de seis jóvenes que comparten departamento en un piso de Barcelona. Kiki, una escritora que se purifica con el lenguaje; Iván, quien pasa sus días arrancándose pedazos de carne para escapar de su propio cuerpo; Cuco, un hacker español que filosofa constantemente acerca del dolor y la rebeldía; y los hermanos Teherán (Irene, Emilio y Cecilia), alrededor de quienes gira toda la historia.
La cuestión es que, los hermanos Teherán, con ayuda del Cuco, crean un videojuego en la Deep Web a través del cual las personas internautas pueden asomarse a situaciones como la pornografía infantil, el maltrato animal y otras clases de abusos.
Mientras escribo esto, me pregunto cómo voy a contarte todo lo que este libro me hizo sentir y pensar en una cuartilla. Y lo único que se me ocurre es hablarte de un día en el que me miré al espejo, desnuda. Fue después de una crisis. Mi cuerpo estaba lleno de pequeñas heridas que me había hecho a fuerza de rascar mi piel obsesivamente.
Me observé muy directa, muy clara y sentí miedo. Ese mismo día le había gritado a mi madre algunas de las cosas más horribles que le he dicho a alguien. Tenía el cabello enredado y sentí náuseas. Un temblor. Un infinito temblor de dientes. La certeza de algo roto, de algo cruel. Para mí, Nefando es justo eso: un cuerpo desnudo que se mira, que se parte, que se saca las tripas para mostrar lo más recóndito de sí. Es una fuerza que excava en la tierra y se encuentra con una violencia sin límites. Es un grito. Solo trato de decir que la realidad está llagada, ¿entiendes?
La escritora mexicana Mónica Ojeda, reflexiona en este libro sobre la incapacidad de nombrar el desgarro, sobre el deseo, el lenguaje, la pederastia, el abuso sexual, la locura. El dolor. ¿Cómo se siente una persona desgarrada? Decir que sentí un desgarramiento no era explicar mi dolor. En su texto hay escenas como la de una niña masturbándose con un chorro de sangre. Un padre que graba a sus hijos teniendo relaciones sexuales entre ellos. Madres que tratan de lanzar a sus bebés por un puente. Huesos que se rompen ante la mirada indiferente de las personas.
Las palabras no pueden decir que las palabras no pueden decir. Y este libro es la puesta en evidencia de todo aquello que más valdría no nombrar nunca, pero que, justamente, ponerlo en el lenguaje es dislocar la normalidad del silencio. Es abrir la llaga y preguntar: ¿Crees que hay palabras para toda esta oscuridad? ¿Hay palabras para todo el silencio que vendrá?
Comenta, comparte, conecta