Cuando escuchas la palabra motivación, ¿qué es lo primero que te viene a la mente? En el espacio terapéutico es constante encontrarme con que las personas crean que algo está mal si no tienen motivación.
Desde la antigua Grecia filósofos como Sócrates, Aristóteles y Platón definieron que la motivación es la razón que nos lleva a realizar u omitir acciones, ya sea desde lo que nos motivaba a comer y aprender o hasta lo que nos daba razones para vivir.
Hoy en día me parece que se vuelve más evidente que a la vida le seguimos buscando razones o impulsos con la idea de mostrarnos que tenemos el ingrediente necesario, pero creo que la motivación más que concepto se ha convertido en una trampa mentirosa de nuestro siglo porque, aparentemente solo ella nos da la capacidad de hacer y lograr todo lo que nos propongamos.
¿Y cuál es el problema? La motivación nos la venden con discursos polarizados, desde ahí supones que esta debe aparecer únicamente bajo condiciones positivas, como una chispa brillante en medio de la oscuridad y que precisamente por eso la volvemos total y absolutamente responsable sobre nuestra capacidad de accionar.
Se ha vuelto un personaje tan importante en nuestro día a día que hay quienes pasan gran parte de su tiempo tratando de encontrarla para, ahora sí, ponerse manos a la obra, pero ella no es la que nos inicia en hacer las cosas.
De hecho, antes que la motivación aparecen las dudas, los miedos, la flojera o la apatía, sentimientos e ideas muy aceptables muy naturales de cualquier mente sana, pero nos han hecho creer que si aparecen es porque estamos fallando en pintarnos la vida color de rosa. Dependemos tanto de la creencia respecto a una motivación positiva que creemos que debe estar para demostrarnos nuestro valor, que si contamos con lo necesario y así le damos el puesto de ser quien decida por nosotras.
Lamentablemente ella no puede sola contra todo y es que no se trata de una batalla contra alguien o algo. Lo que requerimos es ingeniárnoslas para combatir el impulso de buscar motivación porque aún sin ella si somos capaces de desarrollarnos, pues existen otros impulsos.
Permite que aparezca una versión tuya que yo la llamo “la mamá interna”, una voz que, como si fuera mamá dice “a mi no me importa que no estés segura de iniciar este proyecto, vas a ir y lo vas a hacer”, “¿no quieres cocinar algo saludable? No me importa, te lo vas a preparar y comer porque lo digo yo”.
Después de la primera o la segunda vez que te llevas a hacer las cosas entonces se asoma la motivación para echar un vistazo al camino que estás recorriendo y entonces ahora sí darle ese impulso para continuar y sostener lo que empezaste, no desde estar alegre sino desde un lugar que se cuestiona menos y hace “sin sobrepensarlo”.