Palabra de mujer
¿Para qué escribimos?
Lo importante es decirlo, aunque lo digas mal.
-Zel Cabrera
Es de noche. Escucho música y escribo. Escribo como cuando sentí que el dolor nunca dejaría mi cuerpo; como la vez que mi madre me confesó que estaba cansada de vivir; como la tarde que volví de la escuela después de dar mi primer beso; como cuando vi a Thom Yorke en vivo y no paré de ser feliz. Escribo porque es la manera que tengo de darle forma al mundo que me rodea.
Y aquí, sentada frente a mi laptop, pienso en todas las mujeres que escribieron antes que yo. Las que se inventaron el nombre de un varón para conseguir un espacio en el mundo editorial, las que ocultaron sus poemas de los ojos de sus maridos, las que se escondieron en su habitación para poner en sus diarios todo aquello que no se atrevieron a decir.
La autora Audre Lorde aseguraba que para las mujeres la poesía nunca ha sido un lujo, sino una herramienta para sobrevivir. Y estoy de acuerdo. Frente al silencio impuesto, encontramos en la escritura un escape, una forma de narrar la cicatriz y el goce, una grieta donde poner nuestras heridas y placeres.
En el artículo Escribir en dictadura, poetas feministas chilenas. Hacia una genealogía, Sandra Ivette Gonzales Ruiz explica que, durante el totalitarismo militar, las mujeres hacían poesía como una estrategia política para recuperar el cuerpo y la palabra. En sus textos cifraban mensajes para hablar del horror, de todo lo que debían callar para no ser parte de las interminables muertas que se llevó Pinochet. Para ellas, la metáfora era también un arma de autodefensa.
Sandra viajó a Chile para entrevistar a las sobrevivientes de aquellos tiempos, y una vez me dijo: “Lo más impresionante de las mujeres que escribieron durante la dictadura, es darte cuenta de que muchas de ellas hicieron sus poemas en centros de tortura y, para que solo uno de sus versos saliera de las celdas, se necesitó de toda un red de mujeres cuidando que no llegaran los milicos, sacando los textos entre su ropa interior, mendigando dinero para hacer las impresiones y poniendo su vida en riesgo para repartir esos poemas en la calle”.
Sobre estas urdimbres, en su libro de ensayos: Cuando las mujeres fueron pájaros, Terry Tempest Williams habla del Nushu, una escritura secreta inventada por mujeres, principalmente aldeanas sin preparación académica, de Jiang yong, una provincia China. Terry cuenta que “esas escrituras susurrantes eran transmitidas de madre e hija y entre amigas cercanas, hermanas por juramento, y cuidadosamente resguardadas entre los dobleces de abanicos de papel, bordadas en pañuelos o escritas discretamente dentro de los zapatos que sujetaban sus pies. (…) era una manera en que las mujeres podían hablar entre ellas fuera del lenguaje de los hombres”.
No me queda duda. Las mujeres escribimos en colectivo. Escribimos para dejar una huella de nuestra existencia, para nombrar a las otras, para arrebatarles las palabras que nos quitaron con el “tú te callas”. Para defendernos de la inexistencia y recordar que nos habitan una voz y, sobre todo, una historia que espera por ser contada. Para escapar del maldito, maldito, círculo de violencia y autodescalificación al que nos han arrastrado. Para fragmentar el miedo y recuperarnos.
Las mujeres escribimos para volver a nosotras.
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