Por: Leslie Orozco/FEMXFEM
Nombrarnos feministas es un camino difícil, pero no estamos solas
Desde muy pequeña he experimentado una profunda incomodidad de habitar el mundo. Me encontraba sumamente confundida cuando en la escuela escuchaba decir a las maestras “esos juegos son para niños”. Poco a poco los comentarios y conductas que son el reflejo de una sociedad patriarcal fueron haciéndose más grandes y dejando huellas en mi cuerpo cada vez más difíciles de procesar.
Fue hasta los 16 años que escuché la palabra “feminismo” por primera vez. Aun recuerdo esa gran inercia por buscar respuestas a todas esas preguntas que había interiorizado como una incomodidad general al mundo.
Con la intención de entender todas las incomodidades que había habitado y normalizado, el primer texto que llegó a mis manos sobre el tema fue Los Cautiverios de las Mujeres: madre-esposas, monjas, putas, presas y locas de Marcela Lagarde.
Se trata de un libro imperdible en la conceptualización de las opresiones que vivimos las mujeres por las condiciones hegemónicas patriarcales, lo cual me llevó a dirigir mi vida personal y profesional en acompañar a mujeres sobrevivientes de violencia para que podamos llevar una vida libre de violencia.
Comencé como voluntaria en algunas organizaciones feministas, a veces acompañando abortos en casa, otras brindando el apoyo a las compañeras con cuidados y contención. A veces nos toca enfrentar las violencias colaterales del activismo; recibiendo amenazas (porque las violencias no se detienen en una), con la precarización de los trabajos de cuidado, con la desesperanza de ver cómo los feminicidios no se detienen.
Ver a las madres buscadoras luchando por una justicia que parece inalcanzable, saber del gozo de la impunidad para funcionarios de gobierno y reconocer que hombres están dispuestos a golpear a mujeres con cientos de testigos alrededor son momentos en los cuales es crucial recordar que no estamos solas, ya que siempre será el impulso de esta lucha que se siente desesperanzadora; porque si tocan a una, nos tocan a todas.
También he escuchado una innumerable cantidad de veces en el último año aquella frase que conmueve y que es tan explicativa por sí misma: “Todas nos hacemos feministas por nuestra propia historia”. Pero ¿qué significan esos contrastes en un México en el que mueren 11 mujeres a diario?
¿Cuál es tu historia?
Las condiciones patriarcales que habitamos como mujeres son distintas, pero tan parecidas. Todas tenemos una historia de violencia en mayor o menor medida respecto a nuestros contextos sociales que cambia según las condiciones que rodean nuestra vida. Por esas condiciones muchas decidimos hablar y nombrarnos feministas, incomodando en la ciudad el 8M, pero también en nuestras familias, escuelas y trabajos.
Somos el resultado de comentarios, reglas, estereotipos y roles, pero aun así cada día vemos a más niñas, adolescentes y adultas pronunciándose contra sus agresores. Nos pronunciamos contra los reflejos de misoginia como el de Abraham y como el de Miguel “N” (agresores de dos casos muy sonados en México). Hemos sido vulneradas por hijos sanos del patriarcado, aun cuando decidimos salir.
Reconocernos como feministas nos permite establecer herramientas para poco a poco emanciparnos de la violencia porque ya no estamos dispuestas a quedarnos calladas. Esto nos permite llegar a espacios seguros en los cuales nos podemos expresar con hermanas de lucha que nos arropan y recuerdan que otras realidades más seguras para ser vulnerables son posibles si continuamos construyendo desde nuestras trincheras. Los feminismos los construimos todas y deben ser asequibles.
Sobre la autora
Leslie Orozco es psicoterapeuta, comprometida con garantizar salud mental para mujeres y personas en situaciones de vulnerabilidad, guiada por la autodeterminación. Ha colaborado con diversas ONG, proporcionando un enfoque de feminismo interseccional en cada proyecto.
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