Las otras profesionales de la salud
Crecí con una exigencia casi enfermiza conmigo misma. Creo que es algo muy común en personas que tuvimos ciertos privilegios pero no tantos; es decir, que tuvimos la oportunidad de estudiar en escuelas privadas de cierta calidad… Pero de manera becada. Creces con una presión muy normalizada: estás obligada a dar lo mejor de ti, tienes que dar un extra porque “todo esfuerzo que hagas hoy será cosechado mañana”. Dejé pasar momentos de felicidad por estudiar, no hice cosas que hubiese querido por “ser la mejor”. Desde la primaria hasta la subespecialidad detuve mi entorno para estudiar: tenía que ser la mejor para poder triunfar... O lo que eso significara.
En fin, siempre creí que el sacrificio era una inversión y que los más destacados de las aulas lo serían de la vida. Vaya, quizá hasta llegué a creer en la meritocracia. La vida siempre nos pone en los lugares por los que debemos pasar; lecciones que debemos aprender: después de terminar mi especialidad ingresé a un hospital de maternidad en Chimalhuacán. La cosa no parecía muy atractiva: horario vespertino y tenía que cruzar la ciudad en un pequeño coche que apenas me alcanzaba para pagar la mensualidad. Sin embargo, era el empleo que me ofrecía mejor pago. Necesitaba dinero y quería trabajar.
No fue fácil. Trabajar en ese lugar me dio perspectiva de la labor, de mi país, de las necesidades, de los dolores, de las heridas que duelen desde hace muchos años. Internamente no era más sencillo: me veía yo, la joven que sacrificó todo para estudiar fuera del glamour de los hospitales de la ciudad, sin las ganas de hacer una subespecialidad (que más tarde realizaría), y con una especie de resignación: por un momento pensé que no estaba cosechando lo que tanto trabajo me costó sembrar. Pero, lo que para mí significaba un “fracaso” era un triunfo para muchas de mis compañeras: doctoras, enfermeras, administrativas, personal de limpieza, todas eras unas profesionales de la salud.
En ese hospital de Chimalhuacán conocí a Mónica, una enfermera con una habilidad prodigiosa para la cirugía. Si para mí las cosas no habían sido sencillas, para ella habían sido francamente difíciles. Pero la necesidad personal y la vocación le obligaron a desarrollar habilidades que no siempre se ganan con los títulos en las aulas; instrumentaba y era primera ayudante al mismo tiempo. Sabía reconocer complicaciones en embarazadas mucho mejor que algunos colegas con los que trabajaba.
La vida en el hospital a veces es hostil, y en el quirófano las emociones llegan al límite, pero Mónica manejaba el estrés de una manera prodigiosa, nunca se alteraba y controlaba el salón, siempre se mantenía estoica. Siempre me pregunté cómo lo hacía, siempre me respondía lo mismo: amor y compromiso con la salud de las mujeres. Son los ojos del hospital porque detectan cualquier alteración, ánimo o detalle. Mónica y el resto de compañeras mantienen los sistemas de salud funcionando: curan, cuidan, limpian y atienden.
Reconozcamos su labor
Agradezco que las compañeras enfermeras tengan una conexión con la cirujana porque ya saben qué instrumento, sutura o material pedir. Incluso existe la broma: doy mal una indicación y me dan lo que en realidad necesito, volteas y le dices " tienes razón, dame lo que necesito no lo que te pido" (ojalá mi esposo tuviera esa sensibilidad). Agradezco a las compañeras de intendencia que se esforzaban por limpiar lo mejor posible y lo más rápido la sala para que pudiéramos seguir operando. Un campo de batalla lleno de sangre, gasas y líquidos de distinta procedencia se convertía de pronto en el lugar perfecto para ejecutar la siguiente cirugía
Los hospitales son lugares de riesgo en los que habitan virus, bacterias y parásitos; son lugares en los que el cuerpo está en situaciones límite, en los que hay sangre, sudor, y desechos. Son lugares en los que suceden las peores cosas… También son aulas permanentes y escenario de las acciones más hermosas de la especie, de amistad y familia, de amor y sororidad.
Debo decir que ese hospital de Chimalhuacán me hizo ver mi profesión de otra manera, dejé de verla como un premio y la comencé a sentir como un privilegio que me obligó a ser mejor médica pero, sobre todo, mejor persona. Al final de mi estancia, me sentí feliz y plena de haber compartido ese momento de mi vida con mujeres valiosas, inteligentes y talentosas, mujeres que curan.
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