¿Quién decide cómo se ve un terrorista?: una breve aproximación a la geopolítica feminista
Tal vez le estamos temiendo a las personas equivocadas
Hace unos minutos leí un largo artículo sobre Jeffrey Dahmer, un asesino serial de quien Netflix produjo una serie. Físicamente, Dahmer era un hombre caucásico bastante común. Pienso también en Ted Bundy o el asesino del Zodiaco, más individuos blancos mundialmente conocidos por los múltiples asesinatos que cometieron. Si “la maldad” ha encarnado tantas veces a sujetos así, como era el caso de los nazis, ¿por qué sus cuerpos no son sistemáticamente perseguidos como los de las personas afrodescendientes o de apariencia oriental? ¿Quién decide cómo se ven las personas peligrosas? ¿Cuál es el idioma del terrorismo o la maldad según los poderosos?
La geopolítica feminista se encarga de responder estas preguntas. Como una rama de la geopolítica crítica, propone un estudio de los conflictos geopolíticos desde la escala de las geografías cotidianas. En uno de sus textos la pensadora Ana Santamarina Guerrero, explica: “la Geopolítica Feminista baja las relaciones globales de poder a la escala de los cuerpos, volviendo a subir al analizar cómo se construyen y reproducen los discursos hegemónicos globales desde las relaciones sociales cotidianas. Asimismo, se interesa por las formas en que se vive la Guerra contra el Terror en cada lugar. Así, descubre que las dinámicas geopolíticas están corporeizadas y que se proyectan sobre cuerpos racializados y sexualizados conforme a los imaginarios geopolíticos hegemónicos”.
Es decir, a través de sus herramientas analíticas, esta disciplina nos ayuda a entender cómo desde el día a día los discursos políticos se insertan en nuestros cuerpos, de tal forma que algunas personas son excluidas del espacio público o perseguidas por cómo se ven.
Por ejemplo, la violencia hacia las mujeres que parecen lesbianas, sin importar si realmente lo son; las agresiones hacia las personas indigentes, los inmigrantes o indígenas, etcétera. Todas estas personas representan a cuerpos “peligrosos”, fuera de la norma de blanquitud y heterosexualidad, por lo tanto son una afrenta contra la “buena ciudadanía” (blanca, patriarcal, heteronormada, cisgénero y occidental).
Mis amigos con pieles morenas han sido detenidos arbitrariamente en la calle por policías, quienes les aseguran que necesitan revisar sus cosas por protocolo. Algo que nunca me ha sucedido. Una vez entré a un baño de Sanborns, cuando llegué había un par de mujeres indígenas y una de las trabajadoras entró para decirnos que solamente podían permanecer en las instalaciones sus compradores. Les pidió que se fueran solamente a ellas. Estas son cosas que parecen poco escandalosas, pero en el fondo esconden el racismo, el clasismo y la corporización de los imaginarios políticos hegemónicos. Demuestran también cómo estos imaginarios limitan el uso del espacio público para ciertas personas y justifican su discriminación, así como su vigilancia.
Para la geopolítica feminista es esencial mirar estas problemáticas desde tres puntos de vista: la geopolítica práctica, que se refiere al funcionamiento de las leyes; la geopolítica popular, que hace referencia a los medios de comunicación; y la geopolítica formal, que son todos los contenidos generados por los productores de verdad, como lo es la academia.
Desde las leyes, los conocimientos académicos y los contenidos mediáticos se tejen discursos que satanizan a ciertos cuerpos. Los nazis, por ejemplo, quemaron los libros que no iban de acuerdo con su ideología, usaron sus escuelas para adoctrinar, generaron películas donde los judíos eran representados como el mismísimo demonio y ceraron reformas que legalizaban su exterminio. No es coincidencia tampoco que los terroristas en las películas norteamericanas siempre se vean de una forma específica.
A partir del atentado a las torres gemelas, EEUU inicio con algo conocido como la “Guerra contra el Terror”, que pronto evolucionó a la “Guerra contra el Terrorismo”. Dentro de esta afrenta que pronto se extendió hacia el mundo y los aliados de EEUU se posibilitó la idea de violentar, perseguir, bombardear y eliminar a todos los posibles terroristas, es decir: todos aquellos cuerpos de apariencia no-blanca.
Sobre esto, la académica Joanne Sharp cuenta: “Uno de mis recuerdos más vívidos de la cobertura televisiva del ataque contra las Torres Gemelas fue una entrevista con un transeúnte (la cual, según lo que se conoce se repitió en conversaciones en todos los EE.UU.) El entrevistador preguntó a un hombre sobre qué debería hacer Bush ahora. El hombre contestó ´bombardearlos´. Cuando se le preguntó a quién se refería, el hombre simplemente contestó ´a toda esa gente, necesitamos bombardear todos esos países´”.
Simple. Los terroristas son todos aquellos cuerpos que no se parecen a los de aquellos con poder, sin importar que son justamente las corporalidades blancas y heteronormadas las que llevan sobre sus hombros el mayor número de homicidios y masacres.
Palestina es un ejemplo de cómo se usa la justificación del terrorismo para eliminar a todo un pueblo porque, bajo la lógica maniqueísta de la guerra contra el terror, sus cuerpos no-occidentales llevan en sí la latencia del terrorismo: no importa si son niños, ancianos o amas de casa.
Mi intención con este breve texto es señalar la necesidad de entender cómo la política está encapsulada en nuestros cuerpos. Nadie escapa de ella. Desde el momento en el que nacemos se nos etiqueta y se nos conceden ciertos permisos para habitar el mundo dependiendo de nuestra nacionalidad, color de piel, género, etcétera.
Por eso es importante no caer en todos estos esencialismos que solamente le sirven al poder para seguir asesinando y exterminando a quienes le parecen incómodos. Es necesario cuestionar, señalar las injusticias y los abusos hasta el cansancio, hasta que la lengua se nos incendie.
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