No hay que tener opinión para todo
¿Estamos frente a una nueva "enfermedad social"?
Vamos a partir de lo que importa: es fundamental reconocer y aceptar que ESTÁ BIEN no tener una opinión para todo. Mentiras aquí no decimos… Desde que existe el libre acceso a un teléfono y a redes sociales, nos contagiamos en más de una ocasión del terrible síndrome de la opinitis.
Esta “enfermedad social” tiene como síntoma principal la compulsión por dar una opinión sobre cualquier tema, incluyendo aquellos sobre los que no se tiene conocimiento. Estamos a pocos clicks de informarnos superficialmente de lo que sea y esto ha generado que de pronto creamos que somos expertas o que dominamos ciertas cosas y que encima, tenemos el derecho de compartirlo con las demás personas.
Y no es que a nadie le importe lo que tengas para decir, es que podemos caer en un universo de desinformación y confrontación, que lejos de enriquecernos, divide. Lanzar juicios sobre lo que desconocemos puede tener un impacto negativo en otras personas y también colocarnos en una situación compleja que nos genere problemas con los demás.
¿Cuáles son los factores que alimentan la opinitis? Para mí, existe cierta presión social pero también una necesidad muy grande de validación por no quedarnos “fuera” de algo. Hay dos cosas puntuales que debemos entender y que nos harán inmunes a esta enfermedad.
La primera, es recordar que la calidad de una opinión no está determinada por la rapidez o la frecuencia con que se emita, sino por estar bien fundamentada para promover diálogos constructivos y espacios seguros de información.
La segunda es tener bien claro que no tener una opinión inmediata o nada qué decir sobre algo, no nos hace ignorantes o indiferentes, sino prudentes. Hay un concepto que me fascina y que podríamos utilizar como el primer paso para alejarnos de la opinitis: “humildad intelectual”.
Básicamente aborda el hecho de ser muy conscientes sobre nuestros conocimientos y sus limitaciones, pero también invita a cuestionar todo lo que sabemos o hemos aprendido, para saber cuándo y cómo debemos cambiar, además de tener la disposición de aprender de los demás.
Desarrollar y cultivar nuestra capacidad de escucha, reflexión y por supuesto cuestionamiento, es lo que va a mantener intacta nuestra credibilidad y congruencia, en un mundo que se está moviendo por la sobreexposición al contenido.
Antes de emitir cualquier opinión, es necesario preguntarnos si lo que vamos a decir suma, enriquece y viene desde un lugar de fundamento e información. De lo contrario, hagamos caso a la gran frase: “tenemos dos oídos y una sola boca para escuchar el doble de lo que hablamos”.
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